Las
nubes tormentosas se postraban en el horizonte a medida que nos adentrábamos en
lo que sería el viaje más oscuro de nuestra historia. Si alguien hubiese podido
frenar la máquina en ese momento, no hubiera dudado en hacerlo. Yo mismo
habría ayudado. Pero el tiempo es una marcha incesante que fluye siempre hacia
adelante; no conoce marcha atrás, y quienes viajamos en él sólo
podemos observar hacia atrás en nostalgia para divisar el pasado como un paisaje distante que se torna cada vez más desvaneciente en nuestra memoria.
Temo que no queda más remedio que apretar los dientes y aferrarse fuerte a la armadura de
la nave; que su marcha no se detenga, que nada en el mundo permita que te
sueltes de ella; que el destino sea amable y que lo que sea que encontremos
adelante nos encuentre listos.
Mientras
todo alrededor se oscurece, el horizonte se pierde en la lejanía y la tormenta poderosa
nos abraza y envuelve entre sus voces de truenos terribles, observamos hacia
atrás el último vestigio de día, el último rayo de luz que acaricia melancólicamente
a nuestra carrocería, porque sabemos que esta noche será larga, y oscura como
nunca antes.
(Notas
de Tripulante)