Notas de Viaje (2)


Las naves no sobreviven en los desiertos.
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Quienes las observan pasar, rodando sólo por su inercia, las ven también con tristeza detenerse agotadas para morir en silencio, observando con nostalgia anhelante los horizontes que no llegarán a alcanzar.
El tiempo y los desiertos las sepultan. Sus ruedas en las arenas, y su armadura oxidada olvidan lentamente su sed de viaje y de distancias. El cielo abierto es el gran acusador y el sol satélite las confronta sólo con la forma partida de su sombra cambiante. La señal estática del olvido que late entre amaneceres y atardeceres desolados.
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Por eso fui al desierto a buscar mi nave.
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Lejos de donde nos separamos la última vez, la encontré también vencida. Todo su vigor y furias de antaño que latían en sus poderosas combustiones y su irrefrenable paso que desafiaba todo obstáculo y altura que se interpusiera por delante, se encontraba ahora durmiendo olvidado en los últimos tramos de rieles que dejamos atrás.
Porque lejos de sus cualidades, una nave no puede desafiar obstáculos sin su Tripulante. Y el Tripulante no puede desafiar distancias sin su transporte.
“El fin de las vías sólo marcó el fin de las referencias. El camino que sigue en adelante es el que nadie antes ha recorrido, la ruta de nuestra leyenda” – le dije.
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Y sentado junto a esa enorme bóveda metálica, durante las próximas horas, ambos contemplamos el horizonte en silencio.
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(Notas de Tripulante)
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